miércoles, 9 de junio de 2010

Trampas de lenguaje 3



Hoy vamos a abordar la siguiente entrega de la afamada serie “Trampas del lenguaje”, alcanzando así la tercera. Entramos además en terreno peligroso, explorando el siempre inseguro y proceloso ámbito de lo políticamente correcto, lindante con el papanatismo. Vamos a intentar desenmascarar hoy, respetable público, la insidia de la discriminación positiva.

El invento aparece oficialmente por primera vez en la 22ª edición del DRAE, que hasta esa fecha (2001) no había considerado discriminación más que a la “acción y efecto de discriminar” (cómo no), siendo discriminar “dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.”. O sea, algo malo, tratar peor a alguien por ser negro, musulmán, comunista, mujer, homosexual; algo feísimo, que no parece poder tener un lado positivo. Pero la Real Academia, inundada por la ola de corrección política que nos ahoga, sí se lo ve, porque en esta última edición añade la discriminación positiva, que define como: “protección de carácter extraordinario que se da a un grupo históricamente discriminado, especialmente por razón de sexo, raza, lengua o religión, para lograr su plena integración social.” Lo cual que, para empezar, incluyen lo definido en la definición. Pero sobre todo, introducen una idea inquietante, la de que parece que si le añades “positivo” o “positiva” a lo más repugnante que se te ocurra, pasa a ser aceptable y hasta recomendable, sin haber modificado para nada su naturaleza. Podríamos hablar, así, de asesinato positivo, de canibalismo positivo o de pederastia positiva, siempre que la difusión de esos términos fuese precedida de una campaña suficientemente cara y sofisticada como para convencernos a todos de que nada más progresista e igualitario que comernos guisados (canibalismo positivo, sería) a quienes, pongamos por caso, no respetan la igualdad de derechos entre mujeres y hombres.

La discriminación, se le llame positiva o negativa, consiste exactamente en lo mismo, en tratar peor a alguien por lo que es. No obstante, si, por ejemplo, se rechaza para ocupar un puesto de trabajo a una mujer, por serlo, en beneficio de un hombre, eso es discriminación y es feo y malo, una expresión de nuestro lado cavernícola y retrógrado, mientras que si se rechaza al hombre prefiriendo a la mujer, por serlo, eso es discriminación positiva y es estupendo, progresista y políticamente correcto.

El fin justifica los medios aunque estos sean censurables, siempre que, al nombrarlos, les añadamos la palabra mágica: positivo/a. Y, superado en aras de la igualdad ese escollo insignificante, esperemos que a nadie se le ocurra que seríamos mucho más iguales sin esas antiestéticas gónadas que nos cuelgan a los machos de la especie, y decida inventar la castración positiva, porque en ese momento, yo emigro a algún país algo menos civilizado y progresista.

Aunque, mirado de otro modo, también podríamos reinterpretar el concepto. Si lo pensamos un poco la discriminación, como el hurto, la falsificación, el asesinato del rival político o el timo, tienen su lado positivo. Para la mujer a quien injustamente se prefiere para un trabajo, discriminando a un hombre mejor preparado, no cabe duda de que esa discriminación es positiva, igual que en el caso contrario lo ha sido tantas veces para el hombre. Para el aspirante a presidente de una república bananera, el asesinato de sus contrincantes políticos tiene evidentemente aspectos positivos. Para el timador, sin duda el timo de la estampita merecería el calificativo de positivo, tan positivo como sus sucias ganancias. A lo mejor, desde el punto de vista adecuado, el del beneficiario, la discriminación sí se puede considerar positiva.

Otro aspecto de la cuestión que no termino de entender es ese razonamiento de fondo según el cual para conseguir la igualdad de derechos y oportunidades de las mujeres hay que cometer los mismos errores e injusticias de las que ellas son víctimas desde hace siglos, pero ahora al revés. Esto no debería ser un castigo ni una venganza, sino un proceso educativo, puede que más lento pero sin duda más productivo, ahora que la lucha de muchas mujeres las ha acercado tanto a la verdadera igualdad.

Y, finalmente, me pregunto si las mujeres inteligentes realmente quieren esa clase de igualdad, conseguida con favores legales, a base de discriminación y en nombre de lo políticamente correcto, después de lo mucho que han avanzado sin ayuda y enfrentándose a todo el mundo.

lunes, 7 de junio de 2010

Huelgas




Sí, soy funcionario, algunos simios lo somos, no sé si pedir perdón por ello. Por si fuera poco, mañana voy a hacer huelga.Y aunque nadie se lo crea ni le importe, creo que es lo que se debe hacer y que existen razones poderosas para ello. Es cierto que no están los tiempos para tonterías y que a nadie le sobra ni el sueldo de un día, pero es preciso. No por la rebaja en el sueldo, aunque sea una injusticia sin precedentes y una medida absolutamente inútil, quizá incluso contraproducente; aunque sea el enésimo recorte, entre congelaciones e incrementos inferiores al IPC, desde hace treinta años; aunque tengamos que tragarnos además que nos lo haga un gobierno que se dice de izquierdas.
No por eso. Pero sí por los pensionistas, beneficiarios desde hace años de unos acuerdos casi unánimes que les garantizaban en muchos casos no más que un mínimo de subsistencia, unos acuerdos que un gobierno inoperante se ha cargado de un plumazo, por decreto.
Es por el tijeretazo a las prestaciones de los dependientes, gente todavía más necesitada que los pensionistas, a la que se engañó miserablemente con promesas que ahora nadie se cree.
Es por la retirada indiscriminada de la ayuda por nacimientos, que aunque era una medida totalmente contraria a la progresividad, ofrecía un estímulo para tener hijos; parece que nadie se da cuenta, a pesar de las predicciones, de que vamos hacia un desastre demográfico en este país, uno de los que menos apoya la maternidad en Europa.
También por la impotencia ante la incapacidad de nuestros gobernantes, con independencia del color político, para reducir el despilfarro. Si España gana el mundial de fútbol, cada jugador se embolsará por ese esfuerzo de una docena de partidos 600.000 euros, unos cien años de la pensión de jubilación de muchos. Los principales bancos, que nunca han estado en crisis, han declarado en el primer trimestre de este año de vacas flacas varios miles de millones de beneficios, con un par. Y sacando pecho. Alemania va a aplicar un plan de reducción de gastos de 10.000 millones, mientras aquí se anuncia solemnemente que los altos cargos, en un esfuerzo hercúleo de reducción salarial, nos van a ahorrar 16 millones, una semana antes de hacer público el hachazo del famoso decreto.
Pero sobre todo por la traición. No se firma un acuerdo para saltárselo pocos meses más tarde, cuando los mercados aprietan. No sé como vamos a confiar en lo sucesivo en unos elementos que se saltan sus propios compromisos con esa facilidad, ni con qué cara nos van a mirar cuando nos anuncien el próximo pacto de Toledo o el próximo acuerdo de los agentes sociales sobre incrementos retributivos.
Sí, a veces, hay que hacer huelga. Incluso, si hay manifestación mañana, a lo mejor hago una excepción y voy y todo.