sábado, 9 de octubre de 2010

Toros



Soy un becerro criado para carne de nueve meses de edad. Cuento ahora mi vida porque dentro de un mes me enviarán al matadero para abastecer los mercados. No recuerdo a mi madre, de la que me separaron inmediatamente después de nacer para iniciar cuanto antes mi engorde. Nunca he visto la luz del sol y apenas piso el suelo, porque paso mi vida en una nave cerrada, dentro de una pequeña jaula en la que apenas me puedo tumbar, sobre un suelo de rejilla metálica. Solamente como un pienso hecho con los restos de los despojos de las fábricas de comida para personas. Nunca he mordisqueado una triste brizna de hierba ni he trotado bajo el sol. No sé lo que que se siente cuando te acaricia el viento o te moja la lluvia. Casi deseo que llegue el día de mi único traslado, hacinado junto a mis vecinos de cebadero en un camión, porque al menos veré el mundo durante unos minutos, antes de que me sacrifiquen, eso sí, de manera rápida e indolora.
Hay otros becerros parecidos mí que nacen en el campo, maman de las ubres de sus madres y crecen libres en amplias dehesas, pastando a sus anchas en compañía de su manada. Parece que llevan esa vida hasta alcanzar la edad adulta, y que cuando tienen unos cinco años, les trasladan con mimo hasta unas plazas circulares en las que un humano con un llamativo traje de colores que le marca mucho los testículos les hace sufrir durante quince minutos, para disfrute del público, antes de sacrificarlos con un hierro afilado. Otros tienen menos suerte y deben sufrir crueldades peores, como que les prendan fuego en los cuernos, enloqueciéndoles totalmente, mientras una turba de salvajes les golpea y les grita, aunque algunos logran sobrevivir.
Yo envidio mucho la suerte de esos becerros privilegiados que tienen una vida digna de ese nombre antes de llegar a la muerte que inevitablemente aguarda a cualquier animal que se ve mezclado con humanos. Pero muchos de esos necios y estúpidos humanos, en su imparable camino hacia las más altas cumbres de la hipocresía, se dedican ahora a tratar de impedir que existan al menos unos pocos animales afortunados que pueden disfrutar de una vida digna, aunque sea a costa de una muerte dolorosa. Debe ser que ellos prefieren una vida sin alicientes ni satisfacciones, un vegetar sin contacto con el mundo, a cambio de una muerte dulce.

domingo, 3 de octubre de 2010

Mercados



“Estos bandidos bancarios tienen que ser juzgados ante una corte penal internacional, ante un nuevo tribunal de Núrenberg. Son asesinos que han cometido crímenes contra la Humanidad en el sentido más estricto de la Justicia internacional, provocando la muerte de millones de personas, ...”
¿Palabras de un radical asntisistema, de un revolucionario, de un visionario desconectado de la realidad?
No, lo dice, en una entrevista de Enrique Clemente publicada hoy por La Voz de Galicia, suplemento Mercados, un doctor en Derecho, Ciencias Económicas y Sociales, ex relator especial de Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación y actual vicepresidente del Comité Consultivo de su Consejo de Derechos Humanos, Jean Ziegler. Algo muy parecido dice en esta otra entrevista. Y sigue:
“ El año pasado las 500 multinacionales más grandes del mundo controlaban el 53,8% del producto interior bruto mundial. Esas oligarquías del capital financiero globalizado son los nuevos señores feudales y disponen hoy día de un poder como jamás un papa, un rey, un emperador han tenido en este planeta.”
En el mismo periódico, y en otros muchos estos últimos días, se ataca sin paliativos a los activistas, algunos exteranjeros, que provocaron un altercado en Barcelona el pasado 29-S, con motivo de la huelga general y del desalojo de uno de los 300 edificios abandonados ocupados por jóvenes radicales antisitema. Turismo antisitema, lo llaman.
Ni explicamos ni justificamos ni amparamos ninguna clase de violencia, por supuesto. Recordamos, sin embargo, algunas acciones pacíficas emprendidas en París hace algunos meses por colectivos marginales que llenaban carros de comida barata en hipermercados y se negaban a pagar, bloqueando las cajas, para acto seguido repartir su carga en las mismas puertas de esos establecimientos, poco después de que los barrios periféricos de la ciudad ardieran como protesta de marginados sin esperanza. Hace treinta años, los jóvenes que querían cambiar el mundo, como han hecho todas las generaciones de jóvenes desde siempre, podían afiliarse a partidos de izquierda con relativas posibilidades de influir en las decisiones que configurarían la sociedad que les iba a tocar vivir de adultos. ¿Que pueden hacer hoy día, cuando la única izquierda con posibilidades de gobernar se entrega con armas y bagajes a “las estructuras asesinas del orden caníbal”, que dice Ziegler. Personalmente, no me atrevo a reprocharles nada.
“¿Zapatero se ha rendido a los más poderosos?” le pregunta el entrevistador a Ziegler. “Pienso que sí. La socialdemocracia no ataca las estructuras que causan 1a miseria en el mundo. La pobreza también está aquí, entre nosotros, porque la jungla de la explotación avanza en Europa y la civilización democrática desaparecerá si continuamos así”
Pero no se trata solamente de Zapatero; las mismas medidas radical y vergonzosamente neoliberales que ya padecemos desde hace meses en España van a ser aplicadas ahora en Portugal por otro gobierno de un partido que también se autodenomina socialista. En Suecia u Holanda, referentes del estado del bienestar, los derechos humanos, la integración y la convivencia intercultural, las últimas elecciones han aupado hasta el poder o sus proximidades a grupúsculos xenófobos y ultraderechistas.
Releo lo anterior y, confirmándome en todo ello, achaco sin duda a un turbio momento de lucidez la necesidad que de pronto me asaltó de contarlo aquí, donde nadie se enterará: es lo que tiene acompañar a tu hijo adolescente a un concierto de Ska-P, como hice anoche.